La Junta Directiva de la Academia de Cine ha decidido otorgar este premio honorífico a la actriz madrileña, «protagonista de numerosos títulos indispensables del cine español y europeo. Con esa distinción queremos reconocer la trayectoria excepcional de esta compañera tan querida por todos por su autenticidad, su indiscutible talento y su especial sensibilidad».
Ángela Molina transmite su alegría cuando habla de su oficio, una ocupación en la que lleva cuarenta y cinco años y que le ha dado «todo». Tiene la sonrisa resplandeciente desde que le comunicaron el reconocimiento. «Estoy muy, muy feliz. Ha sido una alegría inmensa, me ha llenado el corazón. Hace unos días estuve en la Academia, y cuando vi el busto gigante del maestro Goya le miré y sentí algo como muy familiar, y resulta que me lo voy a encontrar en mi casa dentro de poco», cuenta.
Ducha en una profesión que nunca se ha olvidado de ella, asume los galardones, homenajes y satisfacciones que le ha proporcionado el cine con naturalidad. «Los premios te vienen en momentos determinados. Cuando estuve nominada por primera vez al Goya por La mitad del cielo –también optó al galardón por Luces y sombras, Las cosas del querer, Carne trémula y Blancanieves–, pensé que me lo iban a dar. Fue para Amparo Rivelles, por Hay que deshacer la casa, y pensé: Amparo es mayor, yo tengo tiempo. Y ahora me toca a mí, que soy mayor –tiene 65 años–. Todo es muy hermoso, todo está en su lugar, viene cuando tiene que ser, si es que tiene que ser», manifiesta la que fue la primera intérprete española que consiguió el David di Donatello.
Pero son muchas las recompensas –el Premio Nacional de Cine, la Medalla de Oro de la Academia, la Concha de Plata, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Gran Premio de la Crítica de Nueva York, varios Fotogramas de Plata y la Espiga de Plata de la Seminci…–que tiene por su labor en el cine, medio en el que empezó a los 16 años, en No matarás, dirigida por César Fernández Ardavín, y en el que sigue dando batalla –tiene pendiente el estreno de Charlotte, dirigida por Simón Franco, y Lalla, de Mohamed El Badaoui–.
Antidiva por naturaleza, la tercera hija del actor y cantante Antonio Molina lleva como un privilegio haber sido descubierta por Luis Buñuel, a cuyas órdenes fue la Conchita de Ese oscuro objeto del deseo.
Pero nunca se ha sentido la musa de ninguno de los directores con los que ha trabajado. Jaime Camino, Jaime Chávarri, Jaime de Armiñán, José Luis Borau, Pontecorvo, Bigas Luna, Josefina Molina, Marco Bellocchio, Ridley Scott, Alejandro Agresti, Miguel Picazo, Gerardo Vera, los hermanos Taviani, Pedro Almodóvar, Luigi Comencini, Ricardo Franco, Enrique Gabriel, Miguel Littín, Alain Tanner, Tornatore, Agustí Villaronga, Imanol Uribe, Isaki Lacuesta, Julio Medem, Pablo Berger…Una extensa lista para esta actriz, que también ha pisado los escenarios –El graduado, donde compartió escenario con su hija Olivia, que continúa la saga, La dama del mar y César&Cleopatra– y ha estado en los repartos de numerosas series de televisión –en estos momentos está grabando Un asunto privado y espera luz verde para una ficción que retrata a la sociedad actual, proyecto que ha creado con Vera Fogwill–.
‘La Molina’, que también baila –tiene el título de maestra de danza clásica española– y canta –grabó un disco en los ochenta, hizo un dúo con Georges Moustaki e interpretó las canciones de Las cosas del querer–, ha hecho una apuesta por los proyectos independientes, las operas primas –Sagitario, de Vicente Molina Foix; Piedras, de Ramón Salazar; y La caja, de Juan Carlos Falcón– y los papeles breves, pero intensos.
Ángela Molina y el cine español y también el francés, italiano, portugués y latinoamericano, se retroalimentan mutuamente. El cine quiere a esta mujer que transmite fantasía. ‘Molina, la quiero’, dijo Luis Buñuel. La quería Buñuel, como la quieren todos las que la conocen.
Foto:©Papo Waisman – Cortesía de la Academia de Cine.