Panadero. Coaching. Ejerciendo a su vez el rol de psicólogo. Toni Roca es el personaje en torno al cual gravitan tres historias de gente corriente (o no), con sus problemas. Algunos (o muchos) de ellos transitan por arenas movedizas que les resultan demasiado familiares al espectador, el cual calma la ansiedad de los personajes con una risa irónica, congelada, una mueca histriónica que en realidad esconde un rictus de preocupación y desasosiego. La perfección extrapolada a todas las facetas de la vida derivada de un trabajo absorbente, el manido mantra de ‘el dinero no da la felicidad’ y la inseguridad virginal y pusilánime ante un concepto del amor tóxicamente idealizado son algunas de las cuestiones que forman parte de una trama que no decae en ningún momento.
Gurú (pseudo) terapeuta
Antonio Molero encarna a Toni Roca, un “iluminado” que nos resulta desgraciadamente demasiado conocido, con frases y sentencias tales como “Para hacer un buen pan, no hace falta la mejor harina o la levadura más fresca, para hacer un buen pan solo es necesario estar bien con uno mismo” o “Somos el pan que hacemos”. Un gurú que conjuga el papel de (pseudo) terapeuta y a su vez el de ‘instrumentalizador’ de los miedos, la inseguridad y los traumas que él mismo conoce, pero a los que sabe sacar partido, negocio y rentabilidad.
Aristas peliagudas
Un taller para elaborar el pan es el escenario elegido por los reconocidos autores y directores de este melodrama (Cristina Clemente y Marc Angelet) para dar a conocer la “masa” de sentimientos que atormentan a los personajes, brillantemente encarnados por Marta Poveda, Esther Ortega y César Camino. La ‘corteza’ de la apariencia en el fondo ‘tiene mucha miga’: el dinero, el éxito profesional, pero también la presunta vulnerabilidad, encierran múltiples aristas peliagudas que sorprenden al espectador a medida que se desarrolla la representación y, que por supuesto, no vamos a desvelar porque constituyen gran parte del merecido éxito de esta pieza teatral.
Amigos terapéuticos
“Una terapia integral” nos regala una tarde de reflexión, análisis y debate después de verla. Queremos profundizar en los temas abordados con tanta inteligencia porque algunos de ellos protagonizan la existencia de muchos y muchas y la verbalización con los amigos resulta mucho más terapéutica que la irreal felicidad que prometen los presuntos mesías, falsos salvadores del alma. Y es que la heroicidad de cada uno de los personajes reside en la fuerza interior que ya tienen -y no son conscientes de ello-, en un viaje emocional complejo en el que se alejan de la autodestrucción, imponiéndose gracias a ciertas dosis de lucidez. Una metamorfosis vital que se puede disfrutar en el Teatro Fígaro de Madrid. No se la pierdan.