La crítica de «Ocio y Más Madrid».

La respuesta es difícil. Cuando la supervivencia de la humanidad depende del sacrifico personal, de renunciar a la vida, de concluir nuestra existencia, de morir, tenemos derecho a decidir. A partir de ahí, surgen los juicios: si optamos por sobrevivir por encima de todo, algunos nos tildarán de cobardes. Si en cambio nuestra filantropía triunfa aunque implique nuestra desaparición, recibiremos las alabanzas y el agradecimiento eterno de aquellos que salvemos.

“Los hijos”, de Lucy Kirkwood desarrolla esta dualidad, esta ambivalencia contrapuesta en un entorno inhóspito enmarcado en un desastre nuclear que no nos es ajeno y que nos inquieta por las posibilidades que se produzca a corto plazo.

La adaptación de David Serrano en El Pavón-Teatro Kamikaze ofrece el punto de vista de unos personajes atenazados por los sentimientos de duda, torturados por un pasado de fuertes implicaciones emocionales, tributarios de unas relaciones personales en las que tienen cabida lo mejor y lo peor del ser humano.

En este cosmos visionario, tan actual, que siempre ha sido actual, pero del que no hemos tenido conciencia hasta que las consecuencias no han resultado trágicas, Hazel, Robin y Rose nos regalan un crisol en el que se funden las palabras más hirientes pero a la vez las más conmovedoras.

Adriana Ozores (Rose) brilla con esa mirada y con ese control impresionante de cada palabra que articula, precisa, con el matiz adecuado, con la puerilidad más enternecedora y con la coherencia de la heroína generosa que tal vez no merezcamos, pero que como El Mesías, es capaz de engrandecernos y redimirnos con el amor.

Joaquín Climent (Robin) destila complicidad, dominio escénico, cinismo e imperfección grotesca que nos encandila. Su evolución a lo largo de la representación es sorpresiva y humana, tremendamente humana.

Susi Sánchez representa a todas esas personas que legitiman sus aportaciones al género humano con actos que anestesian su conciencia y le aportan calma. No, su actitud y su filosofía no es reprochable. Hay muchas y muchos Hazel en el mundo. Y no son peores ni mejores que Rose. Simplemente, deciden hasta dónde llegar. Y aceptan el veredicto pero no la condena porque Hazel no es la culpable. Ni los hijos que heredarán la responsabilidad mal entendida de otros.