La adaptación teatral de “Perfectos desconocidos” -película italiana rodada en 2016 bajo la dirección de Paolo Genovese que un año después tuvo su ‘versión española’ de la mano de Álex de la Iglesia- es un soplo de aire fresco en la cartelera madrileña. Quienes ya habíamos visto los filmes, presenciar en vivo y en directo este juego que se va de las manos añade aún más emoción, nos hace vibrar y nos permite ser partícipes de una espiral de mentiras y medias verdades. La sonrisa se congela cuando nos planteamos replicar lo visto en escena en nuestro entorno más cercano, por el temor a descubrir aquello que tal vez ni sospechamos y que resquebrajaría la confianza, la lealtad y la honestidad. Quienes no conocen la historia valoran positivamente -desde la perplejidad- la complejidad de un guion bien construido, de estructura cinematográfica, con unos diálogos locuaces que dan paso a sorpresas inesperadas y no deseadas. Se conozca (o no) el desenlace de esta cena de amigos, nos encontramos ante una obra que merece ser disfrutada (y analizada).
Sin duda alguna, «Perfectos desconocidos» es una de las comedias “negras” del año. La clave del éxito reside en un elenco de actores con personalidad propia que dotan de entidad y credibilidad a sus personajes. Destaca una Olivia Molina (Marina) que cuando discute su mirada avellana transmite un enfado cuasireal fruto de una experiencia artística fraguada a base de esfuerzo y genética. Ismael Fritschi (Lucas) se erige en protagonista del elenco coral, con un discurso argumental que eriza el vello del público asistente por su certeza descarnada, sin ambages en el tramo final. Inge Martín (Eva) actúa como perfecta anfitriona, con una seguridad y un dominio escénico que denota su profesionalidad, con una fonogenia poderosa y atractiva que mece cada giro de su voz. Fernando Soto (Alberto) con sus miedos e inseguridades, pero también con su coherencia, nos invita a empatizar con el punto de vista más “sosegado” dentro del caos que se desata. Elena Ballesteros (Violeta) aporta una frescura y una ingenuidad pueril que nos cautiva. Jaime Zataraín (Santi) nos remueve las entrañas con su egoísmo soez. Y Adrián Lastra (Antonio) nos confunde ya que no sabemos si sus titubeos forman parte del personaje o son fruto del nerviosismo o las dos cosas a la vez pero, que en todo caso, nos resulta tremendamente hilarante en cada una de sus intervenciones.
En definitiva, recomendamos fervientemente “Perfectos desconocidos”, una versión de David Serrano y Daniel Guzmán -dirigida por este último- que se representa estos días en el Teatro Reina Victoria pero, por favor, no hagan en sus casas lo que vean en escena, aunque tenga lugar un eclipse lunar…