Texto y foto: Ocio y más Madrid.
El Teatro de la Zarzuela acogió hasta el pasado 29 de noviembre la adaptación de “Tres sombreros de copa”, obra culmen del dramaturgo madrileño Miguel Mihura en la cual podemos apreciar claramente características propias del “teatro del absurdo” que posteriormente floreció y se desarrolló en varios países de Europa.
Ricardo Llorca, alma máter de esta zarzuela, realiza una adaptación del libro de Mihura satisfactoria. Acordeón, piano, trompeta y violín son los instrumentos que se suman a un libreto que combina sabiamente la esencia de la obra original con licencias novedosas necesarias para otorgar coherencia al conjunto. Las distintas piezas musicales cobran una entidad propia, a veces excesivamente ajenas al rol del personaje o al contexto argumental, pero no por ello se considera un defecto sino un acierto original que aporta una riqueza inusitada.
Nos hallamos ante una zarzuela apegada a la actualidad, una revisión revitalizada, que nos recuerda el hoy y el ahora sin referencias concretas. Se nota (y se agradece) el trabajo esforzado, maduro y reposado para brindar un espectáculo lírico, con humor, el cual apacigua momentos de tristeza, de melancolía e incluso de desazón, deteniéndolos en seco, sobre todo con en ese “¡Hoop!” final que pronuncia Paula.
El trabajo de los actores que encarnan a los distintos personajes es magnánimo, apabullante, -incluido el elenco de figuración– con unas voces que sin necesidad de usar micrófonos resuenan hasta la última fila del Teatro de la Zarzuela, uno de los mejores recintos en cuanto a acústica (y belleza) de la capital.
No queremos concluir esta crítica sin reconocer el trabajo de José Luis Arellano. Su sello, su “marca de la casa” en lo relativo a la dirección de escena es claro. Su impronta aporta de nuevo la profesionalidad que le caracteriza. Asimismo, los decorados y el vestuario obtienen la calificación de sobresaliente. Enhorabuena a sus responsables: Ricardo Sánchez Cuerda y Jesús Ruiz.
En definitiva, la estancia en este “OhTEL” en una ciudad del norte de España una madrugada en la que parece que va a cambiar todo (y realmente no cambia nada) -con un espíritu circense muy presente en el que las canciones inspiradas en las melodías del sur de Italia se constituyen en el hilo musical conductor perfecto-, se nos antoja como una locura maravillosa digna de vivir.